jueves, 20 de febrero de 2014

Introducción y prólogo de Aithens.

Bueno, como saben, estoy trabajando arduamente en cierta saga. Aithens es una saga totalmente original y, hasta lo que investigué, única. Nada de vampiros, hombres lobo, magos, nefilims, ángeles y ángeles caídos, dragones... Nada de eso, ladys and gentlemans. Los aithens son una raza alienígena (lo que sí hay son alienígenas jaklsgd) a los que les destruyeron su planeta. ¿Qué cómo se me ocurrió el nombre? Idk, ciertamente, no lo sé. Simplemente, un día estaba pensando en nada y todo y el nombre me vino a la mente. Lo analicé y, como no soy lo que se dice creyente, pensé en romper la existencia de ángeles. Los aithens son alienígenas con cola blanca-plateada y alas blancas, como las de los supuestos ángeles, que cuando su temperamento es llevado a cierto punto, tienen una transformación genética que hace que sus ojos, sus alas y su cola se tornen rojas, al igual que su piel, la cual obtiene un tono más leve que lo demás. Estos aliens llegaron muchísimos años atrás, antes de que los humanos comenzaran a creer en los ángeles, antes de todo eso. Con su bondad y paciencia, consiguieron rápidamente la aceptación de los humanos que habitaban la Tierra en ese entonces (no me pregunten cuándo, esta parte no la considero demasiado importante para el desarrollo de la historia, sólo es para darles una idea de estos extranjeros); los terrícolas decían que estos alienígenas tenían apariencia perfecta —mujeres y hombres con cabello rubio, ojos azules, piel pálida y cuerpo perfecto—, y que su actitud era angelical, por lo cual los comenzaron a llamar ángeles, a pesar de la insistencia de estos de que les llamaran por su nombre, aithens. Algunos curiosos humanos quisieron hacerles algunas pruebas a los aliens, ya que no sabía prácticamente nada de ellos. Apresaron a uno de los aithens y al ejercer la violencia sobre el mismo, este perdió el control sobre sí y,luego de que todo él se tornara de color rojo, no fue consciente de que hirió a los humanos que lo intentaron apresar. Otros aithens mantuvieron a raya al aithen afectado y luego de ayudar a los humanos, se fueron de la Tierra para no volver más. Los humanos crearon a los ángeles basados en los aithens y al diablo basado en el aithen rojizo.

Síp, soy experta en arruinar cosas referidas a las creencias, ah. En fin, cortemos acá esto porque sino se hace muy largo, suelo extenderme mucho. Ahora, les traigo la introducción del libro y el prólogo. Disfruten sweeties.

INTRODUCCIÓN
El planeta Aithen ha sido destruido por unos alienígenas de otra galaxia. A pesar de haber buscado en todos los planetas de gran parte de la Vía Láctea, el único planeta habitable fue la Tierra. Y, contra todo juicio, ahí debían comenzar su nueva vida.

Alma, una Aithen de 16 años, fue una de las cinco seleccionadas para viajar a la Tierra e investigar a los humanos; costumbres, avances tecnológicos, estado de la naturaleza, etcétera. Ya que su apariencia es diferente a la de los demás Aithens, Alma, con sus extraños ojos verdes y su cabello castaño oscuro, pasa desapercibida entre los humanos. Al confraternizar con los terrícolas, Alma comienza a cuestionar las conjeturas que realizó a partir de las historias aithens sobre los humanos, y se pregunta qué es cierto y qué no. Confundida, no sabe en quien confiar, ¿humanos o Aithens?
PRÓLOGO

Siete años atrás...
—Cuéntame la historia, mami —pidió la niña a su progenitora.
—Muy bien. Todo sucedió hace 7 años…
—¡Es mi edad! —exclamó la pequeña.
—Sí, cariño, es tu edad. ¿Sigo? —la niña asintió fervientemente, con un brillo de ansiedad en sus extraños ojos verdes—. Una Aithen viajó a la Tierra con sus compañeros para investigar los avances que los humanos habían hecho; al llegar a la Tierra notó, junto a sus compañeros, que la naturaleza iba decayendo, pero habían muchos avances tecnológicos…
—¿Qué es avances tecnológicos?
—Mm… avances tecnológicos son cosas como eso —señaló la gran pantalla en la habitación de la niña—, y cuando tienen alguna… mejora —la pequeña miró desconcertada, pero dejo que su madre siga la historia—. En fin, ella y sus compañeros se dirigieron a un lugar donde había muchos hombres que hacían cosas para jugar, utilizar… muchas cosas como eso —volvió a señalar la pantalla—. Al llegar, vio a un hombre que describía como muy guapo —guiñó un ojo a la pequeña y esta rió—…
—Buen día —dijo un hombre alto de cabello castaño y ojos verdes.
—Buen día —respondió Aimee, una Aithen con sus alas y cola escondidas.
El humano y la Aithen se miraron a los ojos, algo brillo en el brazo de la alienígena. Miró su brazo y vio el «tatuaje» brillando. Tal era la sorpresa, que un pequeño grito de éxtasis escapó de sus labios. Todos en el lugar la miraron expectantes, en especial sus compañeros Aithen. Se aclaró la garganta y miró con seriedad alrededor.
—Lo siento, sólo… No importa. Mis compañeros y yo queríamos revisar los avances que han hecho en cuanto a sus proyectos e inventos —recitó las líneas que se había memorizado antes de aterrizar en la Tierra.
El humano la observó expectante por unos minutos y, luego, asintió con la cabeza hacia el interior de lugar.
—Por aquí —dijo mientras entraba al edificio.
Todos siguieron al hombre, y uno de los Aithens tomó el brazo de Aimee y la alejó a un costado.
—¿Qué sucedió?
—Nada, sólo… me sentí muy feliz de haber llegado hasta aquí —respondió la Aithen, intentando ocultar su nerviosismo.
El Aithen la miró con recelo y la escrudiñó por unos segundos, para después soltarla.
—La próxima te callas.
Ella se quedó inmóvil ¿por qué él le habló así? Ella no hizo nada malo ¿no? Sintió una mano en su hombro y se sobresaltó.
—¿Estás bien? —preguntó el humano.
Ella asintió fervientemente, con su corazón latiendo rápidamente dentro de su pecho. ¿Por qué se sentía así, siendo que lo había conocido hace pocos minutos? Sintió sus piernas debilitarse, temblar, exactamente. Respiró hondo y habló.
—Yo… debo irme, tengo que ayudar a mis compañeros —tartamudeó.
Antes de que ella se retire, él estiró su mano y se presentó.
—Joshua Ross.
—Aimee —respondió estrechando la mano del hombre, Joshua, como se hacía llamar. Una pequeña descarga recorrió el brazo de ambos al tocar la mano del otro.
Rápidamente, ella se alejó de él, uniéndose al grupo de Aithens. Su mano todavía hormigueaba, donde el humano había tocado. Una sonrisa amenazaba con salir de sus labios, pero intentó disimularla.

Horas después, todos los Aithens salieron del lugar. Aimee se dirigió al hotel donde se hospedaba, pero antes de entrar, alguien tomó su brazo.
—Hola —saludó Joshua.
—Hola —correspondió ella.
El humano pasó su mano por su cabello. «Está nervioso» pensó la Aithen, eso le habían dicho en su clase de historia universal.
—Y… ¿quieres ir a almorzar?
Ella lo miró sorprendida. Pestañeó y abrió la boca, pero al instante la cerró. Miró alrededor, para ver si había alguno de sus compañeros observando. Nadie. Se mordió el labio ¿qué hacía? ¿Lo rechazaba o… se arriesgaba a aceptar? Una voz en el fondo de su mente la incitó a aceptar. Guiándose por esta última, murmuró un ininteligible «Claro».
El humano sonrió. «Una hermosa sonrisa» pensó Aimee. Él posó una de sus manos en la espalda baja de la alienígena. Una leve llama se extendía por su columna vertebral, más donde el hombre posaba su mano. Sintió un tonto cosquilleo en el estómago.
Los dos llegaron a un refinado restaurant. Se sentía fascinada por el lugar. Tenía un estilo hermoso; cuadros antiguos y pintura de un color bordo que daba un aspecto magnifico al lugar. Se sentaron en una mesa cerca de una ventana, la cual tenía una maravillosa vista: un parque lleno de niños jugando con sus padres observando. Su mirada se detuvo en dos pequeños; una niña, la cual estaba llorando, y un niño, quien estaba al lado de la pequeña, intentando calmar su llanto. Tomó aire y sonrió. Los niños se veían tan… adorables.
Un humano se acercó a la mesa con dos objetos similares a un cuaderno.
Les dejó uno a cada uno. «La carta», pronunció antes de irse. Ella leyó todo lo que aparecía en «la carta». Distintos tipos de comidas aparecían allí; carnes, verduras… mucha variedad de alimentos. Miraba interesada la lista de comidas. No conocía ninguna de ellas, ya que en los anteriores viajes a la Tierra, su raza llevaba comida que ellos mismos conseguían y comían habitualmente en su planeta. El hombre la miró con curiosidad, el rostro la delataba, no conocía esas comidas o nunca las había degustado. Sacó la carta de las manos a la «mujer» que tenía en frente. Sonrió de lado y habló:
—¿No conoces esas comidas, cierto?
Intentó hablar, pero las palabras no salían: la había atrapado.
—No —susurró tímida.
Él volvió a sonreír.
—Bien, ¿quieres que pida por los dos?
Ella asintió.
Él llamó al hombre que antes había llevado «la carta».
—¿Traerías lasaña y uno de los mejores vinos?
El humano asintió.
—Claro, ¿algo más?
—Nada más, gracias.
—Permiso —dijo el hombre, retirando «las cartas» y dirigiéndose a unas puertas.
Ella miró el recorrido que hizo el humano y luego volteó su rostro hacia Joshua.
—Bien… ¿cómo sabe la lasaña? —preguntó curiosa.
Él la miró y sonrió.
—Es exquisita.
«¿Exquisita?» se preguntó ella.
—No creo que no te guste, a todas las personas que conozco les gusta.
Ella asintió, sonriendo. Le gustaba la forma de hablar de Joshua.
—¿Alguna vez la probaste? ¿O el vino?
Ella negó.
—Mi… familia es extraña. No comemos muchas carnes, somos… —se mordió el labio, no recordaba la palabra.
—¿Vegetarianos? —preguntó él.
«¡Vegetarianos! Esa es la palabra», pensó ella. Asintió.
—Sí, pero probaré la lasaña, no creo que sea tan malo.
—¿Y el vino?
—No bebo alcohol. Nunca lo probé, de joven mis padres siempre me dijeron que era malo, pero no creo que me haga mal…
Por lo menos eso no era tan falso. Sus padres le habían advertido que el alcohol era malo, y a veces algunos humanos se volvían adictos a él y se volvían agresivos e impulsivos; no controlaban sus acciones.
—¿Segura que lo quieres probar?
Ella asintió, no creía volverse adicta con sólo probar un poco.
Veinte minutos después, el humano que antes había llevado «las cartas», se acercó con dos platos llenos de lo que sería la «lasaña» y una botella, probablemente vino.

Horas después, la Aithen y el humano se dirigieron al hotel de ella. Los dos se quedaron en la puerta del lugar donde ella se hospedaba.
—Bueno… Gracias, por traerme, y por invitarme a almorzar —musitó nerviosa.
—No hay problema. Fue muy divertido el almuerzo.
Ella sonrió, levemente.
—Lo mismo digo.
Los dos compartieron una pequeña risa. Se miraron a los ojos, y sus risas cesaron. Las mejillas de ella —levemente enrojecidas por el frío— se tornaron de un leve tono carmesí. Él tomó un mechón de cabello de ella, y lo puso detrás de su oreja. Se acercó un paso más. La respiración de ambos se volvió más pesada, más lenta. Él inclinó su rostro y lo acercó al de ella; estaba a centímetros de sus labios, pero se detuvo, tal vez a ella no le gustaría. Nerviosa y ansiosa, ella tomó el rostro del hombre entre sus manos y cerró la distancia entre ambos. Los labios de él se sentían suaves, tibios y… bien. Un enjambre de «mariposas» se extendió por su estómago. Ahí se dio cuenta de la verdad: estaba enamorada de un humano.

Meses después, la relación entre la Aithen y el humano se fue intensificando. Se veían más seguido y compartían más que unas simples conversaciones, cenas… y besos. Nada podría ir mejor, pero la realidad los golpeó el día en que ella, luego de tomar más vino de lo usual, reveló su verdadera forma al humano. En un principio, se mostró mínimamente asustado, pero en general sintió… curiosidad. Ella le contó todo sobre su raza, pero todo se derrumbó cuando sus compañeros descubrieron la relación entre ella y el humano. Los separaron, no dejaron que sigan juntos. A ella la devolvieron a su planeta y a él le obligaron a que la olvide. Ninguno de los dos se olvidó del otro, menos ella, que, meses después, se enteró que estaba embarazada… del humano.

La aithen miró a su pequeña hija. Su castaño cabello se esparcía desordenado por la almohada, sus verdes ojos se encontraban cerrados y su respiración era lenta y acompasada. Se había quedado dormida.

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